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miércoles, 15 de diciembre de 2010

LA INERCIA DE LA TRADICIÓN: LOS LIBROS DE TEXTO Y EL PROFESORADO



La idea del Gobierno italiano (por ahora sólo en estadio de propuesta) de sustituir los libros de texto escolares por material recogido directamente de Internet (para aligerar las mochilas de los estudiantes y bajar el precio de los libros de texto) ha suscitado diversas reacciones. Editores y libreros ven en el proyecto una amenaza mortal para una industria que da trabajo a miles de personas.

A pesar de sentirme solidario con editores y libreros, se podría decir que por las mismas razones habrían podido protestar los fabricantes de carrozas y coches de caballos a la llegada del vapor o los trabajadores del sector textil (como de hecho hicieron) ante la aparición de los telares mecánicos.

Si la Historia caminase ineludiblemente en la dirección pensada por el Gobierno, esta fuerza de trabajo debería reciclarse. Por ejemplo, produciendo material de pago para Internet.

La segunda objeción es que la iniciativa prevé un ordenador para cada estudiante. Dudo que el Estado pueda hacerse cargo del gasto que eso significa y, si se lo impone a los padres, les haría gastar más que lo que cuestan los libros de texto.

Por otra parte, si hubiese sólo un ordenador para cada clase, sería el final del trabajo personal. Para algunos, esto podría constituir lo fascinante de esta solución y vendría a ser lo mismo que imprimir en la imprenta del Estado miles de folletos y distribuirlos cada mañana, como se distribuyen los bocadillos en los comedores para pobres. Aunque, en este caso, a diferencia de los bocadillos, el ordenador no llegaría para todos.

El problema es otro. El problema reside en que Internet no está destinado a sustituir a los libros, sino a ser un buen complemento y un incentivo para leer más. El libro sigue siendo el instrumento príncipe de la transmisión y de la disponibilidad del saber (¿qué se haría en una clase un día de black out?). Y los textos escolares representan la primera e insustituible ocasión para educar a los niños en la utilización del libro.

Además, Internet proporciona un repertorio fantástico de información, pero no así los filtros para seleccionarla, mientras que la educación no consiste sólo en transmitir información, sino en enseñar criterios de selección.

Esta es la función de un maestro, pero también la de un texto escolar, que ofrece precisamente el ejemplo de una selección actualizada en el maremágnum de toda la información posible.

Una función que se realiza incluso con el peor de los textos (corresponderá al profesor criticar su parcialidad e integrarlo, pero precisamente desde el punto de vista de un criterio selectivo diferente). Si los niños no aprenden esto, que la cultura no es acumulación sino selección, no existe educación, sino desorden mental.
Algunos de los estudiantes entrevistados dijeron: "Qué buena idea. Así podré imprimir sólo las páginas que me interesan, sin tener que cargar el peso de aquellas cosas que no tengo que estudiar". Error.

Recuerdo que en mi escuela, el último año de la guerra, los maestros (los únicos de mi carrera escolar cuyos nombres he olvidado), no me enseñaron gran cosa, pero yo repasaba sin parar mi antología y en ella encontré, por vez primera, las poesías de Giuseppe Ungaretti, Salvatore Quasimodo y Eugenio Montale. Fue una revelación y una conquista personal.

El libro de texto vale precisamente porque permite descubrir incluso aquello que el profesor está olvidando enseñar y que, en cambio, algún otro juzgó fundamental.

Además, el libro de texto permanece como fuente y útil memoria de los años escolares cursados, mientras algunos folios impresos para el uso inmediato, que se caen continuamente y que casi siempre se tiran, una vez subrayados (si lo hacemos nosotros, los profesores, imagínense los estudiantes), no dejarían huellas en el recuerdo. Sería una pérdida total.

Es verdad que los libros podrían ser menos pesados y costar menos, si renunciasen a tantas ilustraciones de colores. Bastaría con que el libro de Historia explicase quién era Julio César y, después, sería ciertamente apasionante, si se tiene un ordenador personal a mano, activar el Google image y buscar imágenes de Julio César, reconstrucciones de la Roma de la época o diagramas que expliquen cómo estaba organizada una legión.

Si, además, el libro proporcionase algunas direcciones de Internet aconsejables, se podría buscar en ellas eventuales profundizaciones y el alumno se sentiría protagonista de una aventura personal. Eso sí, el profesor debería ser capaz, después, de enseñar a distinguir entre sitios serios y sitios aborrecibles o superficiales. Libro e Internet es ciertamente mejor que Libro y Mosquetón.

Por último, si bien no sería bueno abolir el libro de texto, Internet podría sustituir ciertamente a los diccionarios, que son los que pesan más en las mochilas escolares. Abonarse por poco dinero a un diccionario de latín, o de griego, o de cualquier otra lengua, disponible on-line con un simple clic, como sucede con el e-mail, sería ciertamente algo muy útil y rápido.

Articulo Escrito por:
J. Cabero Almenara, A. Duarte Hueros y R. Romero Tena.

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